Ella tenía un cuaderno donde escribía todas las
historias que no le ocurría. Cuando terminó el último cuento se dio cuenta que
no había otras historias para contar, ni tampoco hojas para arrancar. El
cuaderno no existía. Y en el último cuento, ella reveló al lector que ella
misma nunca existió. Firmó como La escritora fantasma.
Paisaje después de la guerra
Una de las historias escritas en el cuaderno invisible
era sobre una chica que al elegir una vida, renunció un montón de otras y por
ese motivo, no pudo vivir todas las otras vidas posibles y destinadas a ella.
Podría haber sido una profesional en ballet clásico como su papá lo había
soñado. Podría haber sido una profesional en sistemas de información como su
papá lo había soñado después que ella desistió del ballet clásico. Podría haber
sido una lesbiana drogadicta como su mamá lo había temido. Podría haber sido
una abogada penalista como su mamá lo había previsto. Podría haber sido una
fotógrafa aérea de las fuerzas armadas como una vez lo había imaginado. Podría
haber sido una periodista de guerra como una vez también lo había pensado. Sin
embargo, la chica que desistió de muchas posibilidades de acierto y error, para
vivir una gran sola vida, no se arrepentía por haber desistido de ser
bailarina, abogada, fotógrafa o jugadora de fútbol, como también un par de
noches llegó a creer que pudiera ser. La chica, que como no era gata, no pudo
obtener las menciones y sufrir los horrores de siete vidas, eligió lo mejor que
podía y fue ser vendedora de lo que decía ser el elixir de la vida. Vendía
medicinas, ampollas y cremas contra el envejecimiento a las señoras en un salón
de belleza. Andaba siempre con revistas de cosméticos, lencerías y productos
domésticos para un lado y para el otro. Murió atropellada por un taxista que
llevaba como pasajera a una mujer embarazada. Sus cosas volaron y al caer,
despedazaron y quedaron en el piso durante dos horas.
La hamburguesa
del burgués
Otra de las historias del cuadernillo misterioso tiene
como protagonista una chica impaciente, que no sabía hacer muchas cosas bien
hechas en la vida y tampoco podía aprender, porque sentía que mientras ella
aprendía a hacer alguna cosa bien perdía el tiempo de conocer y hacer alguna
otra cosa. Esa chica que no se acordaba de sus canciones favoritas, despertaba
todas las mañanas angustiada por no saber qué había soñado, tenía sueño y mal
podía descansar. Nunca viajaba porque no sabía qué haría con su pez, no podía
dejarlo solo. ¿Cuál era el sabor del helado que le era más rico? Todos los días
salía a trabajar sin saber cuándo podría cambiar de empleo sin que perdiera
dinero en esa mudanza y sin que se sintiera perdida durante este tiempo. Todas
las tardes comía cualquier cosa en la calle porque no sabía cocinar y no tenía
tiempo para perder preparando algo en la estufa o calentando algo en el
microondas o dentro de un supermercado haciendo las compras. ¿Qué tenía verdaderamente
ganas de comer? Todas las noches estudiaba algo que ella ya no sabía por qué,
pero no podía dar el lujo de perder un año en la indecisión, un título es
importante para ganar más dinero y poder vivir más tranquila. ¿Qué le
tranquilizaría en un día de lluvia y relámpagos? Esa chica que en los fines de
semana veía películas y dormía delante de la televisión, un día se sintió mal
después de una pizza individual de chorizo, vomitó y lloró sola en el baño por
no saber quién iría a su entierro caso muriera en el día siguiente. Pensaba que
si pudiera cambiar su vida, ella tendría otro trabajo y estudiaría otra cosa, y
lloró nuevamente sin poder imaginar qué otra cosa podría ser, algo que no la
fastidiara algunos meses después. Esa chica, que lo que menos tenía era
paciencia, en el mismo año, dejó su trabajo
y abandonó su carrera. Nunca fue feliz.
El temblor del
cielo azul
El primer cuento del cuadernillo de hojas arrancadas se
llamaba “El río que corre debajo del puente” y narraba con mucha fluidez la
primera vez que una compañera de natación, a los 11 años, menstruó y manchó la
ropa de baño. Los chicos que estaban en la piscina y entrenaban con ella le dijeron
muchas cosas feas en ese día y ella, que se sintió muy mal, odió tornarse
mujer. La chica, que no quería nunca más ver a nadie, le contó a su mamá su
tristeza, y su mamá, muy contenta con el hecho que su princesa ya no era una
niña, la preparó un té de manzanilla y le regaló dos paquetes de absorbentes. En
el día siguiente, la chica menstruada tuvo que ir a la escuela aunque estuviera
con mucho dolor de cabeza. Ella fue y no comentó nada sobre el asunto con sus
amigas. Cuando adolescente, siempre que menstruaba se acordaba del episodio, y
pensaba que ese día trágico nunca hubiera pasado si ella hubiera nacido hombre.
Y sobrevivió. En la secundaria, dio su primer beso en un chico en el intervalo y
sintió asco. Creía que era por el bigote que empezaba a nacer en su amigo. Intentó
un otro día, con otro compañero de la sala y el resultado no fue exitoso. Los
granitos de la cara de él no dejaban que ella pudiera concentrarse. Meses
después, sin bigotes y granitos, ella también sintió repulsa a tocar con su
lengua la lengua de otro chico y juró no hacerlo más con los chicos de la
escuela, para no ser considerada una puta por sus conocidos. Dos años después,
al ingresar en la Escuela Preparatoria de Profesores, conoció a una chica y
tuvo ganas de besarla. Decidió que le contaría sus deseos después de la clase,
y sonrió al descubrir que la chica sentía lo mismo. Empezaron a salir juntas,
estudiar juntas e vez u otra, ir al cine. Tenían mucho en común. Una cierta
noche, cuando no había nadie en casa, la chica muy tímidamente le preguntó a su
amiga si podría tocar todo su cuerpo. La amante, muy enamorada, la permitió,
advirtiendo apenas que estaba en el fin de la menstruación. Al oír esas
palabras, la chica, por primera vez, se sintió feliz por ser mujer.
La prueba que
Dios no existe
Cuando encontré el cuadernillo, supe que no podría
seguir mi vida como antes la llevaba. El último cuento, que también era el
único, era demasiado fuerte y tenía tantos datos biográficos de quien lo había
escrito que, yo, como lectora, tuve la impresión de conocer de toda mi vida la
escritora fantasma. Lo vi como un pedido de socorro, lo entendí como un grito
lanzado en tres cuartillas de renglones azules, tinta azul, rasuras azules. La
escritora pedía a quien leyera que no la tomase en serio, que la carta suicida
del medio del cuaderno era solo un cuento de ficción, que la historia de la
chica menstruada era fruto de su imaginación, que la trama de la chica que
tatuó en su cuerpo todos los nombres que le gustaría tener, era una idea que
tuvo en las clases de escrita creativa. Pedía que no la creyesen en nada, que
las vidas no vividas de otra chica inventada era puro lirismo, que la
impaciencia de otra protagonista frustrada era más bien sacada de una revista
femenina, que el cuento de la chica que quería vivir en un volcán era resultado
de la lectura de Freud y que todas las otras historias del cuaderno eran
ejercicios del taller de prosa que hizo en el último semestre de la facultad, y
no reflejaba su verdadera persona. Por lo tanto, como no eran relatos
autobiográficos, no tenían nada de su esencia y no podrían servir para
analizarla como mujer. Necesitaba aclarar bien esos puntos porque muchos
compañeros ya le decían que ella era una chica recalcada, traumada y con cierto
aire feminista por sus cuentos. A ella no le gustaba todos los sellos que le ponían, su único deseo
era escribir libremente. La entendí perfectamente, pobre muchacha escritora
fantasma, confundida con sus pobres protagonistas. De cierta manera, hasta me
identifiqué con el dolor que ella sentía, por eso la leí hasta el final. Es
bastante deprimente ser considerado personaje de algo que se es creadora.