9.5.12

Historias de la conchinchina


Ella tenía un cuaderno donde escribía todas las historias que no le ocurría. Cuando terminó el último cuento se dio cuenta que no había otras historias para contar, ni tampoco hojas para arrancar. El cuaderno no existía. Y en el último cuento, ella reveló al lector que ella misma nunca existió. Firmó como La escritora fantasma.

Paisaje después de la guerra
Una de las historias escritas en el cuaderno invisible era sobre una chica que al elegir una vida, renunció un montón de otras y por ese motivo, no pudo vivir todas las otras vidas posibles y destinadas a ella. Podría haber sido una profesional en ballet clásico como su papá lo había soñado. Podría haber sido una profesional en sistemas de información como su papá lo había soñado después que ella desistió del ballet clásico. Podría haber sido una lesbiana drogadicta como su mamá lo había temido. Podría haber sido una abogada penalista como su mamá lo había previsto. Podría haber sido una fotógrafa aérea de las fuerzas armadas como una vez lo había imaginado. Podría haber sido una periodista de guerra como una vez también lo había pensado. Sin embargo, la chica que desistió de muchas posibilidades de acierto y error, para vivir una gran sola vida, no se arrepentía por haber desistido de ser bailarina, abogada, fotógrafa o jugadora de fútbol, como también un par de noches llegó a creer que pudiera ser. La chica, que como no era gata, no pudo obtener las menciones y sufrir los horrores de siete vidas, eligió lo mejor que podía y fue ser vendedora de lo que decía ser el elixir de la vida. Vendía medicinas, ampollas y cremas contra el envejecimiento a las señoras en un salón de belleza. Andaba siempre con revistas de cosméticos, lencerías y productos domésticos para un lado y para el otro. Murió atropellada por un taxista que llevaba como pasajera a una mujer embarazada. Sus cosas volaron y al caer, despedazaron y quedaron en el piso durante dos horas.

La hamburguesa del burgués
Otra de las historias del cuadernillo misterioso tiene como protagonista una chica impaciente, que no sabía hacer muchas cosas bien hechas en la vida y tampoco podía aprender, porque sentía que mientras ella aprendía a hacer alguna cosa bien perdía el tiempo de conocer y hacer alguna otra cosa. Esa chica que no se acordaba de sus canciones favoritas, despertaba todas las mañanas angustiada por no saber qué había soñado, tenía sueño y mal podía descansar. Nunca viajaba porque no sabía qué haría con su pez, no podía dejarlo solo. ¿Cuál era el sabor del helado que le era más rico? Todos los días salía a trabajar sin saber cuándo podría cambiar de empleo sin que perdiera dinero en esa mudanza y sin que se sintiera perdida durante este tiempo. Todas las tardes comía cualquier cosa en la calle porque no sabía cocinar y no tenía tiempo para perder preparando algo en la estufa o calentando algo en el microondas o dentro de un supermercado haciendo las compras. ¿Qué tenía verdaderamente ganas de comer? Todas las noches estudiaba algo que ella ya no sabía por qué, pero no podía dar el lujo de perder un año en la indecisión, un título es importante para ganar más dinero y poder vivir más tranquila. ¿Qué le tranquilizaría en un día de lluvia y relámpagos? Esa chica que en los fines de semana veía películas y dormía delante de la televisión, un día se sintió mal después de una pizza individual de chorizo, vomitó y lloró sola en el baño por no saber quién iría a su entierro caso muriera en el día siguiente. Pensaba que si pudiera cambiar su vida, ella tendría otro trabajo y estudiaría otra cosa, y lloró nuevamente sin poder imaginar qué otra cosa podría ser, algo que no la fastidiara algunos meses después. Esa chica, que lo que menos tenía era paciencia, en el mismo año, dejó su trabajo  y abandonó su carrera. Nunca fue feliz.

El temblor del cielo azul
El primer cuento del cuadernillo de hojas arrancadas se llamaba “El río que corre debajo del puente” y narraba con mucha fluidez la primera vez que una compañera de natación, a los 11 años, menstruó y manchó la ropa de baño. Los chicos que estaban en la piscina y entrenaban con ella le dijeron muchas cosas feas en ese día y ella, que se sintió muy mal, odió tornarse mujer. La chica, que no quería nunca más ver a nadie, le contó a su mamá su tristeza, y su mamá, muy contenta con el hecho que su princesa ya no era una niña, la preparó un té de manzanilla y le regaló dos paquetes de absorbentes. En el día siguiente, la chica menstruada tuvo que ir a la escuela aunque estuviera con mucho dolor de cabeza. Ella fue y no comentó nada sobre el asunto con sus amigas. Cuando adolescente, siempre que menstruaba se acordaba del episodio, y pensaba que ese día trágico nunca hubiera pasado si ella hubiera nacido hombre. Y sobrevivió. En la secundaria, dio su primer beso en un chico en el intervalo y sintió asco. Creía que era por el bigote que empezaba a nacer en su amigo. Intentó un otro día, con otro compañero de la sala y el resultado no fue exitoso. Los granitos de la cara de él no dejaban que ella pudiera concentrarse. Meses después, sin bigotes y granitos, ella también sintió repulsa a tocar con su lengua la lengua de otro chico y juró no hacerlo más con los chicos de la escuela, para no ser considerada una puta por sus conocidos. Dos años después, al ingresar en la Escuela Preparatoria de Profesores, conoció a una chica y tuvo ganas de besarla. Decidió que le contaría sus deseos después de la clase, y sonrió al descubrir que la chica sentía lo mismo. Empezaron a salir juntas, estudiar juntas e vez u otra, ir al cine. Tenían mucho en común. Una cierta noche, cuando no había nadie en casa, la chica muy tímidamente le preguntó a su amiga si podría tocar todo su cuerpo. La amante, muy enamorada, la permitió, advirtiendo apenas que estaba en el fin de la menstruación. Al oír esas palabras, la chica, por primera vez, se sintió feliz por ser mujer.

La prueba que Dios no existe
Cuando encontré el cuadernillo, supe que no podría seguir mi vida como antes la llevaba. El último cuento, que también era el único, era demasiado fuerte y tenía tantos datos biográficos de quien lo había escrito que, yo, como lectora, tuve la impresión de conocer de toda mi vida la escritora fantasma. Lo vi como un pedido de socorro, lo entendí como un grito lanzado en tres cuartillas de renglones azules, tinta azul, rasuras azules. La escritora pedía a quien leyera que no la tomase en serio, que la carta suicida del medio del cuaderno era solo un cuento de ficción, que la historia de la chica menstruada era fruto de su imaginación, que la trama de la chica que tatuó en su cuerpo todos los nombres que le gustaría tener, era una idea que tuvo en las clases de escrita creativa. Pedía que no la creyesen en nada, que las vidas no vividas de otra chica inventada era puro lirismo, que la impaciencia de otra protagonista frustrada era más bien sacada de una revista femenina, que el cuento de la chica que quería vivir en un volcán era resultado de la lectura de Freud y que todas las otras historias del cuaderno eran ejercicios del taller de prosa que hizo en el último semestre de la facultad, y no reflejaba su verdadera persona. Por lo tanto, como no eran relatos autobiográficos, no tenían nada de su esencia y no podrían servir para analizarla como mujer. Necesitaba aclarar bien esos puntos porque muchos compañeros ya le decían que ella era una chica recalcada, traumada y con cierto aire feminista por sus cuentos. A ella no le gustaba  todos los sellos que le ponían, su único deseo era escribir libremente. La entendí perfectamente, pobre muchacha escritora fantasma, confundida con sus pobres protagonistas. De cierta manera, hasta me identifiqué con el dolor que ella sentía, por eso la leí hasta el final. Es bastante deprimente ser considerado personaje de algo que se es creadora.

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