Desde la ventana observo la plaza: a los plátanos
les quedan cuatro hojas exhaustas que no
se deciden a emprender el último vuelo. Cuatro
son también los días que cuelgan del calendario,
a punto para caer cuando nadie mire. Todo
acaba desprendiéndose y volviendo a tierra
con la fría ventada de la estación
desfavorable. El proceso es lento, casi
imperceptible. Hay que estarse noches enteras
acostumbrando la mirada a la quietud
antes de advertir cómo la vida pierde los pétalos,
pierde los días, pierde el oxígeno, pierde las aves,
pierde los cuerpos y pierde las respuestas. También los muertos
celebran la Navidad, sentados alrededor
de los juguetes. Tras la ventana pienso
en ellos, que es una manera de pensar en mí.
Y la vida pierde las hojas, indiferente
a todo, como un inmenso árbol caducifolio.
les quedan cuatro hojas exhaustas que no
se deciden a emprender el último vuelo. Cuatro
son también los días que cuelgan del calendario,
a punto para caer cuando nadie mire. Todo
acaba desprendiéndose y volviendo a tierra
con la fría ventada de la estación
desfavorable. El proceso es lento, casi
imperceptible. Hay que estarse noches enteras
acostumbrando la mirada a la quietud
antes de advertir cómo la vida pierde los pétalos,
pierde los días, pierde el oxígeno, pierde las aves,
pierde los cuerpos y pierde las respuestas. También los muertos
celebran la Navidad, sentados alrededor
de los juguetes. Tras la ventana pienso
en ellos, que es una manera de pensar en mí.
Y la vida pierde las hojas, indiferente
a todo, como un inmenso árbol caducifolio.
Gemma Gorga