"Sentado a aquella mesa de café que da a la puerta y la calle que es horizonte, yo soy una tardanza. Hasta tu ventana llegan los caballos que cruzan la calle y apoyan en ella una frente de hombre,
Suele llegar por las tardes un hombre con un reloj pulsera. Acaso perdido en el misterio de cualquier historia, se sienta a una mesa junto a la pared. No habla pero crea sin embargo un silencio que es prolongación del diálogo más ameno. Su pensamiento pareciera pasearese por las habitaciones de una casa abandonada. Al cabo de un momento llama al mozo y le pregunta la hora. La confronta con la suya. Acaso no está a punto de pedir algo para tomar?, el mozo así lo cree por unos instantes y se demora solícito junto a la mesa, luego sigue con sus ocupaciones más urgentes.
El sol entra aquí como en el cuarto del enfermo: desdeña los muebles oscuros y se pone a tintinear en las obras claras. Se posa en la mano abandonada como el amigo que prefiere el tacto a la palabra.
Son dos hombres y su historia es breve: uno llega con su valija, el otro se sienta a una mesa.
Hombre que espía a sus recuerdos.
Aquí tienen amistad el patio y la palabra patio. Crecieron esos sauces en voz baja. Aquí vienen unos hombres a callarse. Aquí el hombre es tardanza bienhechora.
Aquí se siente el hombre que es tardanza. Inmóvil, durante horas sentado en los diferentes lugares de la tarde, ya en pleno infinito pareciera despertar de una espera semejante a la vida.
Prefiero la puerta por donde entran los lugares comunes de la gente que pasa!
El hombre de las copas se va yendo por el pasadizo. Antes de desaparecer nos mira con un desaliento de tango en las sienes, sabe que los instantes de un café son irrecuperables.
Si estas cosas se pueden contar es porque somos cuento."
Arnaldo Calveyra
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